El secreto de Sarachu

César Sarachu son dos, por lo menos. El “Bernardo Marín” de Cámera Café es un ejemplar larguirucho, un esqueleto escolar, un armazón quebradizo del que asusta tanto que se rompa como que se embarulle en un nudo de brazos y piernas. Quevedo disfrutaría describiendo tan indecible cerbatana. El otro Sarachu es un enorme actor dramático, un primer plano de gesto poderoso capaz de un patetismo inquietante. Le ven como una especie de reiniciado Buster Keaton, aquel impasible ante el caos, aquel ausente pasmado. Es más bien lo contrario, es a Sarachu a quien le sucede todo por dentro en cada rictus, en cada chispazo muscular.

César Sarachu Izquierdo (Barakaldo, 1958) era un valor del teatro vasco. Debutó con Gerra ez de Luis Iturri en el aula de Teatro de la Universidad del País Vasco, para trabajar luego en grupos bizkainos (Akelarre, Tarima, Karraka), o con maestros esporádicos, hasta tener que irse con una beca de la Diputación a París en 1986, a la escuela del gran Jacques Lecoq, (bromea pícaro: “no me cogieron en la RESAD de Madrid; mejor, porque acabé con Lecoq”). Y allí empieza el Sarachu secreto. Tras Lecoq accede al Theatre de Complicité, de Londres, que lleva al Royal National Theatre The Street of Crocodiles sobre la vida y obra de Bruno Schulz, dirigida por Simon McBurney, “un auténtico genio” para Sarachu. Gira por el mundo, Montreal, Munich, Moscú, Nueva York, Tokio, Sydney, Barcelona, el Otoño de Madrid…, hasta finales del 94. A partir del 95 aprendió bien el sueco (uno de sus cuatro idiomas) y empezó a hacerse sitio en producciones suecas: Camille (1996) dirigido por Michaela Granit, donde es el Paul Claudel hermano de Camille, y Top Dogs (1997) de Urs Widmer en Orionteater dirigido por Linus Tunström. Su gran papel en The Street of Crocodiles que se repone y repite giras en las temporadas 98-99, le lleva al Stadsteater de Estocolmo (traducido, Teatro de la Ciudad) un emporio con cinco o seis salas, talleres, y programación estable. Allí se vieron las últimas funciones del espectáculo. Avalado por semejante tarjeta de presentación, comienza meses después a trabajar en la compañía Unga Klara-Stadsteater bajo la dirección de Suzanne Osten, donde se lleva a escena la realidad problemática de niños y jóvenes: suicidio en adolescentes, identidad sexual, emigración clandestina, niños soldados… De aquella época, sus montajes preferidos: Mörkertid (Tiempo de oscuridad), de Hening Mankell en 2002 y Det allra viktigaste (Lo más importante) de Nikolaj Jevreinov en 2003, ambas dirigidas por Suzanne Osten. Un día de diciembre le llega una llamada inesperada: Peter Brook le incorpora a su espectáculo Fragments, compuesto por cinco piezas cortas de Samuel Beckett. Y Brook, gran referencia del teatro mundial prepara un nuevo montaje, 11 and 12 para ese otoño de 2009, para el que también cuenta con Sarachu: “Esta vez viviendo desde el principio todo el proceso de ensayos con el maestro, que a mí es lo que más me interesa”.

En cine, que empequeñece su obra en TV, cita dos cosas: una, el corto Möte med ondskan (Meeting Evil) de Reza Parsa, poco después del 11-S, sobre un hombre que cometerá un atentado suicida y graba un video para su hija Nora explicando por qué. Möte med ondskan fue a Cannes, tuvo gran eco en Suecia, y hasta Ingmar Bergman elogió película y actor. “Me hizo ilusión”, confiesa Sarachu. Y la otra När mörkret faller (Cuando cae la oscuridad) de Anders Nilsson, rodada en 2006, donde interpreta a un padre que mata a su hija en un “crimen de honor”. Eso en Suecia. En Londres trabajó en los dos largometrajes de los Brothers Quay: Institute Benjamenta (1994) y The piano Tuner of Earthquakes (2005). Y el 2006, en Paris, L’homme qui marche de Aurelia Georges, una combativa directora francesa, sobre los últimos 20 años del escritor Vladimir Slepian. Protagonista en las dos últimas. Asombra un tono expresionista, bergmaniano, de virtuosismo técnico, en donde su descabalgada anatomía es conmovedora fragilidad, microgesto resistente a larguísimos planos. Y aquí entre tanto, la otra cara de Sarachu, la esperpéntica, la del actor/garabato de la mano de Luis Guridi, director de Camera Café, con el que ya hizo antes otras cosas: el CanalOne, Los Güebones… pequeños sketches para internet y losformatos alternativos. “Internet es bueno para mostrar trabajos”, dice, “pero la oferta es enorme y, como actor es un riesgo acabar siendo uno que sale en Internet”.

Y ahora, de nuevo bajo la dirección de Simon McBurney, César regresa a España con The Master and Margarita, la extraordinaria adaptación teatral que Complicite ha realizado de la novela de Mikhail Bulgakov.

Este tipo que llora y ríe sin transición, incluso a la vez, se viene.

Texto de Pedro M. Barea Monge